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En su inolvidable jornada por Alcoy, los ávidos exploradores descubrieron un auténtico tesoro cultural que los transportó a épocas lejanas. La ciudad desplegaba ante sus ojos una historia milenaria, y cada paso les revelaba un fascinante mosaico de épocas y tradiciones.
Comenzaron su recorrido en el lejano pasado, donde el poblamiento prehistórico de Alcoy, hace aproximadamente 40.000 años, dejó huellas en el yacimiento de El Salt y en la partida de Polop. Sumergiéndose en la época islámica, se asombraron con las antiguas alquerías, como Uixola, Benissaidó, Polop y Barxell, que florecieron entre los siglos X y XIII bajo la protección de la fortificación en el Castellar. Luego, tras la conquista cristiana, la configuración de Alcoy experimentó un cambio radical, impulsado por el deseo de colonizar y asegurar la frontera, lo que dio origen al asentamiento entre los barrancos Molinar y Riquer, formando un pintoresco núcleo con defensas naturales que abrazaba a la villa.
En el corazón de la ciudad, las joyas arquitectónicas y religiosas deslumbraron a los viajeros con su esplendor. La antiquísima Capilla de San Miguel, construida en 1790 en honor al patrón del gremio textil, desplegaba su singular belleza con una cúpula de estilo rococó, que narraba la historia de los santos patronos y protectores de Alcoy y representaba los oficios de antaño, en un impresionante despliegue artístico.
Pero fue la majestuosidad de la Iglesia de Sant Jordi la que robó suspiros a los visitantes. Bendecida en 1921, esta maravilla arquitectónica de carácter historicista neorrománico con exquisita decoración neobizantina cautivó con su esplendor. En su ábside, el magistral mural pictórico de F. Cabrera Cantó les transportó a la mítica intervención de San Jorge en defensa de los alcoyanos, un episodio cargado de fe y tradición, honrado año tras año con la grandiosa Fiesta de Moros y Cristianos.
La Iglesia de Santa María, con su esplendor barroco, había sufrido los embates de la Guerra Civil, pero renació con un estilo clasicista deslumbrante entre 1940 y 1954. En su interior, una antigua tabla gótica resguardaba la iconografía de la Virgen de Gracia, un verdadero tesoro artístico.
Al explorar los puentes históricos de Alcoy, los viajeros se adentraron en la modernidad del pasado. El Puente de María Cristina, construido entre 1828 y 1838, unía de manera armoniosa el estilo medievalista con la funcionalidad contemporánea, uniendo orillas y mejorando las comunicaciones. Y el Puente de Sant Jordi, un prodigio arquitectónico erigido entre 1925 y 1931 en estilo art déco, se alzaba como una auténtica revolución urbanística, conectando el corazón de la ciudad con el ensanche proyectado sobre terrenos de l’Horta Major, uniendo en su esencia el pasado y el futuro.
Pero la historia no solo yacía en las edificaciones, sino también en las antiquísimas torres que pueblan la ciudad. La Torre Na Valora, testigo vivo de la época medieval, se erigía orgullosa desde la segunda mitad del siglo XIII, como uno de los escasos vestigios del primer recinto defensivo de Alcoy. El Raval Vell, protegido por murallas y otras torres, como la Torre de l’Andana y la Torre de N’Aiça, resonaba con ecos de batallas y defensas ancestrales, recordando la historia y la valentía de sus antiguos habitantes.
Alcoy se mostraba ante sus visitantes como una ciudad viva, cuyas calles adoquinadas y empedradas habían sido testigos de siglos de historia y tradición. Un lugar donde cada esquina, cada rincón, encerraba una historia por contar. Los viajeros se despidieron de Alcoy con el corazón lleno de recuerdos inolvidables, llevándose consigo una auténtica experiencia inmersiva en el pasado glorioso de esta encantadora ciudad española.
